Artículo

El dolor es una experiencia desagradable

Escrito por Villamarco Espacio de Salud

Publicado el 3 de noviembre de 2023

W

El dolor es una experiencia desagradable. Puede ser una experiencia muy desagradable. Si se prolonga en el tiempo, el dolor puede terminar invadiendo tus pensamientos, tu vida, tu día a día, puede terminar convirtiéndose en lo más importante para ti, puede impedirte disfrutar de la vida. El dolor crónico es, según las definiciones más actuales de los investigadores, mucho más que un dolor que se prolonga en el tiempo.

¿Te suena esto?: dolor que se va intensificando día a día, que va cambiando de ubicación, invadiendo poco a poco tu cuerpo. Cansancio, dificultad para dormir, dificultad para concentrarte, ansiedad, depresión, percepción de dolor ocasionada por estímulos mínimos que no deberían provocar dolor (el roce de una sábana, por ejemplo), picores en la piel…Los médicos y otros especialistas no son capaces de darte un diagnóstico. Las pruebas de laboratorio y de imagen no justifican tu dolor. “NO TIENES NADA”. A veces tienes la sensación de que algunos creen que te inventas los síntomas, otras veces dicen que el problema está “en tu cerebro”. Te llegas a sentir culpable de tu propio dolor.

Tu problema tiene un nombre. Padeces dolor crónico, Si quieres, para que sea más científico, “Síndrome de dolor crónico”. Tu problema no es una lesión en una zona concreta. Es un problema que va más allá, que afecta a todo tu sistema nervioso, que está definido y estudiado por científicos y profesionales, que tiene sus causas y su tratamiento. No estás solo. Millones y millones de personas en todo el mundo lo padecen. Se trata del mayor problema de salud pública en el mundo. El que más sufrimiento causa y en el que más dinero están teniendo que invertir los gobiernos.

Puede que te haya ocurrido esto: al principio te recetaron medicamentos. Alguno de ellos te fue bien, disminuía tu dolor y conseguías vivir tu vida de una manera parecida a antes de tus síntomas. Pero poco a poco ese mismo medicamento empezó a tener menos efecto. Necesitaste cambiar de medicamento, a un medicamento más potente, o aumentar la dosis. Poco a poco has llegado a depender de tus medicamentos, que te provocan efectos secundarios, y además ya no llegan a disminuir tus síntomas como al principio.

La buena noticia es que esto tiene solución. No te estoy proponiendo nada mágico, lo que te voy a proponer es ciencia, está basado en miles de investigaciones y en miles de experiencias de éxito.

En primer lugar, quiero que sepas que nosotros te creemos. Sabemos que sufres dolor, sabemos de la intensidad de tu dolor, de todas tus dificultades. Te creemos porque hemos conocido muchos casos como el tuyo. Respetamos tu dolor. Y respetamos tu experiencia. Sabemos que el mejor conocedor, el mayor experto, en tu cuerpo y en tu dolor eres tú.

Para empezar nuestro camino juntos, necesito que empieces por entender por qué te duele. Voy a explicártelo de una manera muy sencilla, con ejemplos para hacerme entender:

Hace tiempo, tuviste una lesión que te provocó un dolor agudo. Puede que fuese una mala postura que te provocó un dolor lumbar, un esguince, una rotura muscular…No importa. Posiblemente esta lesión provocó una inflamación en una zona de tu cuerpo, y esto generó una señal que se transmitió, a través de todo tu sistema nervioso, hasta el cerebro. Allí, y tras un proceso de análisis, una zona del cerebro, formada por varias neuronas, dio la señal de alerta. Vamos a imaginarnos que se trata de una bombilla que se enciende en una parte de tu cerebro. Esta bombilla encendida se llama dolor agudo, y es un proceso imprescindible para la supervivencia, tuya y de toda la especie. Si no tuviésemos un sistema que nos avisa de que algo va mal, no podríamos prevenir que eso mismo vaya a peor. El dolor provoca una reacción de huida (por ejemplo, si te quemas) o de protección (por ejemplo, necesidad de estarte quieto si te has roto un músculo)

Después, tu lesión cicatrizó, La inflamación fue desapareciendo, tu tejido volvió a ser “normal”: estabas curado. Sólo que alguien se olvidó de apagar la bombillita. La sensación de dolor seguía presente porque quien da la orden de que la sientas, que es tu cerebro, había olvidado anular la señal de dolor. Quizás esto te sorprenda. Pero te voy a poner un ejemplo que creo que entenderás fácilmente. No sé si has oído hablar del síndrome del miembro fantasma. Se trata de personas que han perdido una parte de su cuerpo, por traumatismo o por cirugía (una pierna, por ejemplo) y siguen sufriendo dolor, quizás incluso peor que el que sentían mientras ese miembro existía. Es uno de los mayores problemas en pacientes amputados. ¿Cómo puede sentir dolor alguien en una parte de su cuerpo que ya no existe? Sencillamente, porque el dolor no está en esa pierna, está en las neuronas que se encargaban de hacernos sentir esa pierna. Alguien se olvidó de apagarlas.

Y resulta que, además, nuestro cerebro está programado para la supervivencia. Con esto quiero decir que es un exagerado. Ante la posibilidad de que esté pasando algo que pueda amenazar tu supervivencia, prefiere dar la señal de alarma, aunque eso te dé problemas, que apagarse demasiado pronto. Por eso, puede haber casos en los que ni siquiera hayas sentido que tenías una lesión: tu cerebro sí. O incluso puede ser que no tuvieses ninguna lesión, pero tu cerebro, que ya hemos dicho que es un exagerado, predijo que podías llegar a tenerla y activó todo el proceso. ¿Por qué predijo que podías tener una lesión? Pues por ejemplo, porque en otra situación parecida el resultado fue esa lesión.No hablo de tu cerebro consciente. Tú no puedes hacer nada para evitarlo. Da igual que quieras cambiar tus pensamientos, que intentes ser más positivo, más optimista, que te digas que “esto no es nada”: esa parte de nuestro cerebro es más potente que todo el “cerebro racional”, es la parte del cerebro que se encarga de que sigamos vivos, y esa parte del cerebro puede más que la parte consciente.

Sigamos. Hemos dicho que se quedó encendida la bombillita, cuando a lo mejor había desaparecido la lesión. Resulta que esa bombillita alumbra a las bombillitas que hay alrededor. Es decir, que las neuronas que estaban hiperexcitadas por la sensación de dolor pueden terminar hiperexcitando a otras, y estas a otras, y así, poco a poco, tu dolor va extendiéndose. Y tú no entiendes nada, no sabes por qué, y nadie te lo sabe explicar.

Resumiendo, supongo que ya has entendido que tu problema no está en una, o varias zonas de tu piel, tus músculos, de tu rodilla, de tu zona lumbar. Tu problema está por todo tu cuerpo, porque quien está alterado es un sistema que regula todo tu cuerpo: tu sistema nervioso.

¿Qué podemos hacer frente a esto? Los fisioterapeutas formados en tratamiento del dolor crónico hemos aprendido a hablarle a tu sistema nervioso. ¿Cómo? Con todos los medios a nuestro alcance: terapia manual, ejercicio, psicología y pedagogía adaptada al dolor crónico. Te pongo un ejemplo: el ejercicio terapéutico. Tu cuerpo ha desaprendido a moverse. Sabe que si hace un determinado movimiento va a sufrir dolor, así que lo que hace es protegerse. Pero va más allá de lo necesario. Ha olvidado los esquemas de movimiento normal, y los ha sustituido por otras formas de moverse, o de no moverse, que provocan más dolor. Nosotros lo que hacemos es pedirle que se mueva de nuevo. Pero que se mueva dentro de unos márgenes de seguridad. Para ello, nuestra especialidad nos ha formado en movimiento, somos los mayores especialistas en movimiento terapéutico. Si realizas un movimiento en una parte de tu cuerpo que ya no se quiere mover, por ejemplo tu zona lumbar, pero lo haces de una manera dirigida, evitando el dolor, esa bombillita que continuaba encendida entenderá que ya no es necesaria, porque ya no hay dolor. Así que empezará a apagarse. Posteriormente vamos aumentando el rango de movilidad. Vamos aumentando los grados en los que ya no te duele, hasta llegar a conseguir que hagas el movimiento que antes podías hacer sin que se despierte la alarma. Este es sólo un ejemplo.

¿Esto duele? No, porque estarás supervisado por profesionales que saben hasta dónde pueden exigir a tu cuerpo en cada momento.

¿Y esto funciona? Sí, hay miles de testimonios que demuestran que es el mejor tratamiento posible para el dolor crónico. Louis Gifford, uno de los mayores investigadores en dolor crónico, decía hace ya mucho tiempo que los fisioterapeutas somos los profesionales idóneos para tratar el dolor crónico.

Te voy a poner un ejemplo, quizás un poco burdo porque esto ocurrió antes de que yo conociese nada de los nuevos descubrimientos sobre el dolor, pero muy personal porque es mi propia experiencia, que te puede hacer entender cómo funciona.

Hace muchos años, un día, por cierto en circunstancias de mucho estrés, me quedé “enganchado” por dolor en la zona lumbar. El dolor fue tan intenso que me caí al suelo y tardé más de media en recorrer a rastras los 5 metros que había entre mi baño y mi cama. Es el mayor dolor que he sentido en mi vida. Mover un dedo, toser, hacía que sientiese un dolor insoportable. Vino un médico a verme, me preguntó la edad y me dijo que seguramente tenía una hernia lumbar, que en unos meses me volvería a ocurrir lo mismo, y después otra y otra vez con cada vez mayor frecuencia, hasta que un día decidirían operarme de la hernia y todo habría acabado. Pasé varios días en la cama. Intentar incorporarme era un suplicio, tenía que hacerlo milímetro a milímetro. Un día, el cuarto o el quinto día después del inicio del episodio, quería incorporarme y me dije a mí mismo: “¿Qué pasaría si intento incorporarme de un solo golpe, a lo bestia?” Como soy fisioterapeuta, sabía que no me iba a romper. Lo hice. Me dolió. Pero mucho menos de lo que pensaba que me iba a doler. A partir de ese momento empecé a mejorar. Desde entonces he vuelto a tener lumbalgias. Pero no dos, ni tres, al año. El primer año sí, fueron al menos dos episodios. Seguí la estrategia de no reposar excesivamente, y empezar a moverme dentro de márgenes de seguridad en cuanto mi cuerpo me lo permitiera.

Funcionó. Empecé a tener un episodio al año, después cada dos años. No recuerdo cuándo fue el último. A veces padezco este problema, pero no ha llegado nunca a ser algo permanente, no condiciona mi vida, y no tengo miedo a moverme.

Esto es, en parte, lo que hacemos los fisioterapeutas formados en tratamiento del dolor crónico. Entre otras muchas cosas que tratan de apagar la “bombillita”.